Una estrella de mar entre bancales en barbecho. Un cruce de caminos, una iglesia, una docena de casas, cuatro calles en cruz, y Pacheco, a secas, como su tierra de entonces, sin más torre que la de referencia física, fijada al mapa plano como aguja por la espadaña de su orígen.

Más de medio siglo lo separa de su actual realidad. No es el mismo ya. Como yo tampoco lo soy. De entonces acá ambos hemos crecido juntos, y ya no nos parecemos a lo que fuímos un día lejano. Eso pasa con los pueblos y con las personas. Que a veces se paran en el tiempo como viejos estereotipos del pasado, y otras cambian de un día para otro, como cambian los niños mientras son niños. Yo ya soy adulto y no cambio mas que, si acaso, por y para mis adentros, pero Pacheco, Torre-Pacheco ahora, aún está en su primera juventud y tiene que dar los penúltimos estirones.

De la época en que esta foto aún tenía vida, yo apenas si empezaba la mía. En esos primeros años solía traerme mi madre, entrando por la punta de la estrella que dá al mar, a lomos de tartana unas veces, en "la Tomasa" del tío Paquillo otras, coche arcáico de barnizadas tablas oscuras que andaba a tirón de cáscaralmendra o de un más tardío gasógeno, a visitar a sus familiares confiteros, y, de paso, a ver las procesiones de Semana Santa. Dos cofradías se repartían disputándose la mayor calle y única calle mayor del pequeño pueblo: los Chancletas y los Cascarillas. Así, sin más historias que sus historias menudas.

Apenas unos años más tarde, mi padre estableció su recogepanes en esta tierra creciente. Lo que hoy es el centro más neurálgico y vital del pueblo, a la espalda misma del aún Casino, vigía superviviente de su propia época, las eras polvorientas, los campos y los espacios vacíos dominaban el sediento horizonte. Allí jugábamos a la pelota en el rato del mediodía, entre el trabajo y el sacudir de la fiambrera. No había más nada que enormes eriales con una estación de ferrocarril colgada de la lejanía.

Un pueblo en estrella, con cuatro calles mal contadas, cuatro brazos tendidos a cuatro caminos. Como debía ser. Un brazo marino, por el que yo desgajaba mis idas y venidas entre mis dos pueblos que entonces eran uno por virtud de municipio y de registro civil. ¿De dónde pues es un hombre?.. ¿Es de donde nace?.. ¿O acaso de donde pace?.. Yo digo que es del paisaje y paisanaje que lleva en su corazón. Se es de lo que se ama. Aunque se escriba con el polvo de los recuerdos.

Por: Miguel Galindo Sánchez

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